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Capturas de ficción

El mejor actor

El otro día, mi admirado José Sacristán dijo, en una entrevista en el programa de Radio 1 Asuntos Propios, que Carlos Kleiber había sido el mejor actor sobre un podio de director de orquesta. Y no le falta razón. Su expresividad, sus movimientos, su mirada, la forma que tenía de mover la mano izquierda, terminaban por hipnotizar al oyente casi más que la propia música que tan apabullantemente interpretaba.

El mito se creó por su personalidad esquiva, por ser hijo de otro de los más grandes directores, Erich Kleiber, y su negativa a formar parte de una industria devoradora de talentos. Un francotirador dotado de un extraordinaro don para la melodía y la expresividad. Su leyenda arrastra anécdotas gloriosas, como aquella que sólo dirigía cuando se le vaciaba la nevera, o como la de que no había concedido una entrevista en 30 años.

Pero yo no me dí por vencido, aunque mis intentos por entrevistarle se redujeron a un educado pero firme buenos días y hasta la vista. Un encuentro fugaz a las puertas de un hotel que me permiten presumir de haber cruzado unas palabras con el que, si no ha sido el más grande, sí ha sido el personaje más fascinante de la dirección de orquesta del pasado siglo. Una fascinación que ha contribuido a que mi amor por la música sea indestructible. Recordar su cuarta y séptima sinfonías de Beethoven en Tenerife y Las Palmas todavía me pone los pelos de punta. Y eso a pesar de mi nula mitomanía.

 

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