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Capturas de ficción

Música

Y ahora, el hermano

Rufus cantó anoche en Tenerife. Sólo su voz y un piano. Sólo su voz y una guitarra. Desnudo, directo, desgarrado. Con sentido del humor y sin sentido del ridículo. Enorme.

El mejor actor

El otro día, mi admirado José Sacristán dijo, en una entrevista en el programa de Radio 1 Asuntos Propios, que Carlos Kleiber había sido el mejor actor sobre un podio de director de orquesta. Y no le falta razón. Su expresividad, sus movimientos, su mirada, la forma que tenía de mover la mano izquierda, terminaban por hipnotizar al oyente casi más que la propia música que tan apabullantemente interpretaba.

El mito se creó por su personalidad esquiva, por ser hijo de otro de los más grandes directores, Erich Kleiber, y su negativa a formar parte de una industria devoradora de talentos. Un francotirador dotado de un extraordinaro don para la melodía y la expresividad. Su leyenda arrastra anécdotas gloriosas, como aquella que sólo dirigía cuando se le vaciaba la nevera, o como la de que no había concedido una entrevista en 30 años.

Pero yo no me dí por vencido, aunque mis intentos por entrevistarle se redujeron a un educado pero firme buenos días y hasta la vista. Un encuentro fugaz a las puertas de un hotel que me permiten presumir de haber cruzado unas palabras con el que, si no ha sido el más grande, sí ha sido el personaje más fascinante de la dirección de orquesta del pasado siglo. Una fascinación que ha contribuido a que mi amor por la música sea indestructible. Recordar su cuarta y séptima sinfonías de Beethoven en Tenerife y Las Palmas todavía me pone los pelos de punta. Y eso a pesar de mi nula mitomanía.

 

Irrepetible

Louis Armstrong, What a Wonderful World

Genio

El genio se compone de un dos por ciento de talento y de un noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación.

Ludwig van Beethoven (1770-1827)

Ivo Pogorelich en Tenerife

Viene al Auditorio de Tenerife el próximo 18 de enero sustituyendo a Murray Perahia

Un lujo por otro lujo

¿Son los mejores?

Tan moderno que parece escrito mañana

Miles Davis & John Coltrane. So What 

Revolucionarios

No me imagino como la música hubiese avanzado sin ellas

- Variaciones op. 31 de Arnold Schoenberg
- 4'33'' de John Cage
- La Consagración de la Primavera de Igor Stravinsky
- Tristán e Isolda de Richard Wagner
- L'Orfeo de Claudio Monteverdi

Sonidos 2.0

Stars of the Lid. The Doughters of Quiet Minds (And Their Refinement of the Decline, 2007)  

Veinte discos para rendirse ante la ópera

Strauss: El Caballero de la Rosa (Erich Kleiber, Decca)
Wagner: Tristán e Isolda (Wilhelm Furtwangler, EMI)
Mozart: La Flauta Mágica (Otto Klemperer, EMI)
Puccini: La Bohème (Herbert von Karajan, Decca)
Puccini: Madama Butterfly (John Barbirolli, EMI)
Monteverdi: L'Orfeo (Nigel Rogers/Charles Medlam, EMI)
Debussy: Pélleas et Melisande (Roger Desormière, EMI)
Puccini: Tosca (Victor de Sabata, EMI)
Mozart: Don Giovanni (Carlo Maria Giulini, EMI)
Strauss: El Caballero de la Rosa (Karajan, EMI)
Janacek: Katia Kabanova (Charles Mackerras, Decca)
Wagner: Parsifal (Hans Knappertbusch, Teldec)
Verdi: Rigoletto (Rafael Kubelik, DG)
Haendel: Julio César (René Jacobs, Harmonia Mundi)
Berg: Lulú (Pierre Boulez, DG)
Verdi: Falstaff (Arturo Toscanini, RCA)
Mozart: Las Bodas de Fígaro (Erich Kleiber, Decca)
Wagner: El Anillo del Nibelungo (Hans Knappertbusch, Hunt)
Beethoven: Fidelio (Furtwangler, EMI)
Wagner: Los Maestros Cantores (Rudolf Kempe, EMI)

Esa especie de melancolía

Porque cambió mi percepción del jazz. Porque forma parte de la banda sonora de mi vida. Porque me hace un poco más feliz. Porque cada nota tiene sentido para mí. Porque la primera vez que lo escuché era lo suficientemente maduro para captarlo y a partir de ahí no pude arrancarlo de mis oídos. Porque desafía mi inteligencia. Porque me reconozco en él. Porque es la biblia de un agnóstico irredento. Porque es maravillosamente imperfecto. Kind of Blue, de Miles Davis.

Música para antes de nacer

Música para antes de nacer

Como estoy convencido de que la música es un perfecto vehículo de comunicación, además de una fuente ilimitada de placer y diversión, cuanto antes contribuyamos a que los demás la disfruten, mejor. Y esto incluye a las madres, quienes pueden intentar verse libres de las patadas y otros incómodos movimientos de los bebés al tiempo que desarrollan su sentido de la audición. ¡A ver si se tranquiliza de una vez....!

Sesudos estudios científicos afirman que escuchar música durante la gestación posee cualidades médicas y psicológicas. También comentan que el oído no se desarrolla hasta que el feto no alcanza las 20 semanas. Yo, por si acaso, lo haría desde el principio. Nunca se sabe.

La música más adecuada para este período, y en esto no voy a ser original, es la de Mozart. Confieso que no soy un gran amante de la obra del compositor salzburgués, pese a que reconozco su facilidad para lograr la perfección y la exquisitez de su lenguaje. Sí me confieso fan absoluto de sus óperas, del Réquiem y de algunos cuartetos y conciertos. Pero hasta ahí. Para el propósito que nos ocupa recomendaría a los papás y mamás el Concierto para Clarinete, una obra que cuando la escuchas te dan, sencillamente, ganas de vivir. Alguno de sus conciertos para piano y orquesta irán como anillo al dedo, en especial el nº21, con ese movimiento lento que no es de este mundo, o los nº 25 y 27, que destilan humanidad por los cuatro costados. Varios de los cuartetos de cuerda (los Haydn, por ejemplo) resultan perfectos por su sutil equilibrio sonoro y su musicalidad (un clásico, los interpretados por el Cuarteto Italiano) o la tópica, pero siempre socorrida Pequeña Serenata Nocturna.

Pero para aquellos más aventurados que se quieran desmarcar de las tendencias tópicas, apunten: la música para tecla de Bach (especialmente El Clave Bien Temperado y las Variaciones Goldberg), los cuartetos de cuerda de Mendelssohn, la música para piano de Mompou, las Gymnopédies de Satie o Carnaval de Schumann.

¿Una última delicatesen? la Suite Bergamasque de Debussy ¡les va a encantar a los dos!

De locos y francotiradores

De locos y francotiradores

Ha caido en mis manos un disco con algunas obras para piano de Robert Schumann. No es un disco excepcional desde el punto de vista musical, aunque sí posee cualidades muy destacables. Se trata de una grabación editada por el sello Ambroisie con la Fantasiestücke op.12, las Escenas de Niños op.15 y Grand Humoresque op.20 a cargo del pianista francés Philippe Cassard. Pero no es de este disco en particular de lo que me gustaría hablar.

Escuchando estas obras me viene a la cabeza la fascinación que me producen los compositores locos. Esa locura que los aparta de la realidad para crear un universo y un lenguaje tan particular que es imposible que tengan descendencia artística. La enajenación los convierte en francotiradores. En artistas únicos. Se alejan de una realidad impuesta por un mundo que marca un convencionalismo que, sencillamente, no pueden entender.

Schumann volcó todos sus fantasmas y miedos en sus obras. Sobre todo las pianísticas. Bajo la forma de pequeñas piezas, miniaturas para teclado, se esconden sus temores infantiles y la turbulencia de una imaginación muy compleja. Bajo una pátina de aparente simplicidad se oculta un mundo agitado e insondable. En piezas más complejas y ambiciosas se deja llevar por esa forma de escritura alucinada y de un lirismo exacerbado tan particular. Son como cuchillos que diseccionan nuestras más ocultas pesadillas y las reflotan para nuestro desasosiego. Y esa es una de las razones por la que los grandes, grandes intérpretes de este compositor se puedan contar con los dedos de las manos.

Su vida fue una constante entrada y salida de instituciones mentales. Períodos de crisis total que compaginaba con otro de lucidez en los que trabajaba de forma extenuante. Necesitaba componer. Exorcizar sus demonios particulares a través del papel pautado. Pero a medida que pasaban los años, los momentos de oscuridad eran cada vez más prolongados y en sus últimos años de vida experimentaba alucinaciones y escuchaba voces. A los 44 años intentó suicidarse tirándose al Rhin. En ese momento, su mente ya se encontraba en otro lugar. Dos años más tarde fallecía en un sanatorio cerca de Bonn.

Y si quieren una recomendación, un vino óptimo para escuchar la música de Robert Schumann sería un tinto de Burdeos de la zona de Paulliac: corpóreo, señorial, de mucho carácter pero elegante. Complejo, denso, hercúleo.

Un carácter expansivo

Un carácter expansivo

La noticia no por esperada ha dejado de causar estupor: Mstislav Rostropovich falleció anoche después de que el cáncer de hígado que padecía se complicase en las últimas semanas. Con él se va una de las voces musicales más comprometidas política y culturalmente, y al mismo tiempo más populares, del pasado siglo. Pertenece al exclusivo grupo de músicos cuyo nombre era conocido y admirado incluso por aquellos que no sabían nada de música clásica (estatus que compartía con, por ejemplo, Herbert von Karajan, Arturo Toscanini, Leonard Bernstein o Maria Callas).

Deja un legado musical enorme. Fue amigo de Shostakovich, Prokofiev y Britten. Y los tres escribieron obras para él. Poseía un repertorio vastísimo que quedó bien reflejado en la grabación de innumerables discos. Lo tocó prácticamente todo y en muchas obras sentó cátedra. Como director no despuntó tanto, pero tenía oficio y era resolutivo.

Su compromiso político le llevó a defender públicamente, junto a su mujer, la gran soprano Galina Vishnevskaya, al escritor disidente y premio nobel Alexander Solzhenitsyn, lo que le causó no pocos problemas con la cúpula política soviética. En 1974 tuvo que abandonar su país y cuatro años más tarde le fue retirada la nacionalidad soviética. Gestos de una importancia capital en tiempos de guerra fría. No volvería a su tierra hasta 1990, tras la caída del muro de Berlín.

A Rostropovich lo conocí hace trece años. Compartimos un viaje en barco en el que rechazó viajar en primera para compartir chistes y bromas con los miembros de la orquesta con la que tocaba el Concierto para Chelo de Dvorak. Más bien para compartir chistes con los miembros femeninos de la orquesta, sobre las que ejercía una gran fascinación. Trasmitía vitalidad, era un hombre excesivo dentro y fuera de los escenarios. Le encantaba comer y beber, y raramente mostraba contrariedad ante cualquier situación. A pesar de ser (junto a Pau Casals) el más célebre violonchelista del Siglo XX, no le dolían prendas reconocer, por ejemplo, que no tocaba el Concierto de Elgar porque un día se lo escuchó a Jaqueline du Pré y llegó a la conclusión de que estaba todo dicho y no podría jamás superarlo. Afirmaba que sólo aspiraba a divertirse sobre un escenario, aunque muchos le acusaron de prolongar en exceso su carrera por su excesiva afición por el dinero. Este tipo de personas siempre crean controversia.

Fue un artista irrepetible. Un encantador de serpientes extrovertido y vital.

Un siglo de desfase

La música, al contrario de las otras artes, va con un siglo de desfase respecto a los gustos del público. Mientras que hoy en día los consumidores de cultura esperan con ansiedad el último lanzamiento editorial de sus escritores favoritos, la última película o la exposición más reciente de cualquier pintor o escultor, programar a Debussy (muerto en 1918) se considera un riesgo para los programadores, que huyen espantados de ciertos repertorios ante la posibilidad de ver su sala vacía. No hablemos ya de la música posterior y vanguardista de los Cage , Stockhausen , Berio , Boulez ... Eso queda para los circuitos alternativos.

En tiempos de Beethoven , Mozart , Brahms , Wagner o Stravinsky la gente hacía cola para escuchar sus últimas obras, al margen del escándalo o la controversia que pudiesen provocar. Ahora sencillamente se ignora y no pasan de ser estrenos en festivales especializados auspiciados por instituciones públicas o grandes corporaciones deseosas de poseer un catálogo de creación contemporánea.

Los compositores hace tiempo que dejaron de buscar conexiones con los oyentes. Han delegado esa función a la música popular y se han centrado en búsquedas expresivas y en la explotación última de un lenguaje al que han acotado de tal forma que parece agotado. El futuro plantea unas cuantas interrogantes que el tiempo aclarará, aunque no augura un futuro muy prometedor.

Todo este discurso plantea una curiosa disyuntiva: ¿El creador crea para el público o para sí mismo? Posiblemente, casi el cien por cien te dirán que lo hacen para sí mismos, pero es una verdad relativa. Un artista pinta, escribe o actúa impulsado por necesidad o por explotar un talento, pero con la íntima necesidad de comunicar. La clave está en la forma.