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Capturas de ficción

Nighthawks (Edward Hopper, 1942)

Nighthawks (Edward Hopper, 1942)

La belleza de lo cotidiano

Me gustan sus fotos. Son pura naturalidad.

Rob Gardiner

Sonidos 2.0

Stars of the Lid. The Doughters of Quiet Minds (And Their Refinement of the Decline, 2007)  

El beso (Robert Doisneau, 1950)

El beso (Robert Doisneau, 1950)

Nostalgia

Nostalgia

- ¿A cuantos hombres has olvidado?

- A tantos como mujeres recuerdas tú

- No te vayas...

- No me he movido

- Dime algo agradable

- Sí ¿qué quieres que te diga?

- Miénteme. Dime que siempre me has esperado. Dímelo

- Todos estos años te he esperado

- Dime que te hubieses muerto si yo no vuelvo

- Estaría muerta si no hubieses vuelto

- Dime que aún me quieres como yo te quiero

- Aún te quiero tanto como tú a mí

- Gracias. Muchas gracias.

 

Johnny y Vienna en la cocina

Johnny Guitar . Nicholas Ray (1954)

 

De actualidad

¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.

Albert Einstein

The Man with the Movie Camera, de Dziga Vertov (III)

Palabras mágicas

I would prefer not to

(Preferiría no hacerlo)

Herman Mellville , Bartleby el Escribiente

The Man with the Movie Camera, de Dziga Vertov (II)

Veinte discos para rendirse ante la ópera

Strauss: El Caballero de la Rosa (Erich Kleiber, Decca)
Wagner: Tristán e Isolda (Wilhelm Furtwangler, EMI)
Mozart: La Flauta Mágica (Otto Klemperer, EMI)
Puccini: La Bohème (Herbert von Karajan, Decca)
Puccini: Madama Butterfly (John Barbirolli, EMI)
Monteverdi: L'Orfeo (Nigel Rogers/Charles Medlam, EMI)
Debussy: Pélleas et Melisande (Roger Desormière, EMI)
Puccini: Tosca (Victor de Sabata, EMI)
Mozart: Don Giovanni (Carlo Maria Giulini, EMI)
Strauss: El Caballero de la Rosa (Karajan, EMI)
Janacek: Katia Kabanova (Charles Mackerras, Decca)
Wagner: Parsifal (Hans Knappertbusch, Teldec)
Verdi: Rigoletto (Rafael Kubelik, DG)
Haendel: Julio César (René Jacobs, Harmonia Mundi)
Berg: Lulú (Pierre Boulez, DG)
Verdi: Falstaff (Arturo Toscanini, RCA)
Mozart: Las Bodas de Fígaro (Erich Kleiber, Decca)
Wagner: El Anillo del Nibelungo (Hans Knappertbusch, Hunt)
Beethoven: Fidelio (Furtwangler, EMI)
Wagner: Los Maestros Cantores (Rudolf Kempe, EMI)

The Man with the Movie Camera, de Dziga Vertov (I)

Dziga Vertov , 1929

Moby Dick

Moby Dick

Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano.

Herman Melville, Moby Dick

(inicio del capítulo primero)

Óxido, de Lara López

Óxido, de Lara López

El ordenador tiene un documento que se llama newlife. No recuerdo en qué momento lo grabé. Me he quedado un buen rato mirando la pantalla. No es un buen nombre. Al abrirlo he descubierto que no había nada escrito.

Lara López. Óxido

(Xordica Editorial )

Amigos. Extraños

Y de repente se encontraron. Fue un martes cualquiera de un frío mes de febrero. Un día tonto. De esos en que nunca pasa nada. No fue un encuentro que buscaran. Ni que desearan especialmente.

Pero sucedió.

Tras años de confidencias, cañas y proyectos, su relación había llegado a un punto muerto. Héctor nunca supo por qué su decisión de mudarse de barrio tuvo este efecto, pero ya nada volvió a ser igual. Un silencio incómodo y pastoso se había adueñado de sus esporádicos encuentros. Ni siquiera hablar de películas antiguas en blanco y negro o de novela americana les motivaba como antes.

Ninguno de los dos lo buscó. Ni lo deseó.

Pero ocurrió.

Ahora son dos extraños que casi no se reconocen. Simplemente, no tienen nada que decirse.

Dieciséis películas (que podrían ser treinta)

Ordet (Carl Theodor Dreyer, 1955)
Centauros del Desierto (John Ford, 1956)
Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958)
Carta de una Desconocida (Max Ophüls, 1948)
Amanecer (Friedrich Wilhelm Murnau, 1927)
Rocco y sus Hermanos (Luchino Visconti, 1960)
Desayuno con Diamantes (Blake Edwards, 1961)
El Año Pasado en Marienbad (Alain Resnais, 1961)
Cuentos de Tokio (Yasujirö Ozu, 1953)
La Vida Privada de Sherlock Holmes (Billy Wilder, 1970)
Stalker (Andrei Tarkovsky, 1979)
Cuentos de la Luna Pálida de Agosto (Kenji Mizoguchi, 1953)
Fresas Salvajes (Ingmar Bergman, 1957)
El Cuarto Mandamiento (Orson Welles, 1942)
L'Atalante (Jean Vigo, 1934)
La Noche del Cazador (Charles Laughton, 1955)

Esa especie de melancolía

Porque cambió mi percepción del jazz. Porque forma parte de la banda sonora de mi vida. Porque me hace un poco más feliz. Porque cada nota tiene sentido para mí. Porque la primera vez que lo escuché era lo suficientemente maduro para captarlo y a partir de ahí no pude arrancarlo de mis oídos. Porque desafía mi inteligencia. Porque me reconozco en él. Porque es la biblia de un agnóstico irredento. Porque es maravillosamente imperfecto. Kind of Blue, de Miles Davis.

Sashimi

El pescado estaba primorosamente expuesto en los mostradores refrigerados mientras el cocinero manipulaba los alimentos con mimo, concentrado en una labor en la que parecía poner sus cinco sentidos. Tras varios minutos, el resultado eran unas minúsculas raciones, tan hermosas que parecían un cuadro cromáticamente equilibrado.Nada sobraba. Nada faltaba.

A cierta distancia, en una de las mesas más cercanas, este microuniverso de contenida intimidad contrastaba con la imagen de un cliente que engullía sin piedad la comida. Como si la vida le fuese en ello.

La escena le recordó a cómo hacía el amor con su primera novia. 

Tom Waits

Tengo el hígado jodido y el corazón roto

Me he bebido un río desde que me hiciste pedazos

Y no tengo problemas con la bebida

Excepto cuando puedo conseguir un trago

 

Tom Waits

Bad liver and a broken heart

Música para antes de nacer

Música para antes de nacer

Como estoy convencido de que la música es un perfecto vehículo de comunicación, además de una fuente ilimitada de placer y diversión, cuanto antes contribuyamos a que los demás la disfruten, mejor. Y esto incluye a las madres, quienes pueden intentar verse libres de las patadas y otros incómodos movimientos de los bebés al tiempo que desarrollan su sentido de la audición. ¡A ver si se tranquiliza de una vez....!

Sesudos estudios científicos afirman que escuchar música durante la gestación posee cualidades médicas y psicológicas. También comentan que el oído no se desarrolla hasta que el feto no alcanza las 20 semanas. Yo, por si acaso, lo haría desde el principio. Nunca se sabe.

La música más adecuada para este período, y en esto no voy a ser original, es la de Mozart. Confieso que no soy un gran amante de la obra del compositor salzburgués, pese a que reconozco su facilidad para lograr la perfección y la exquisitez de su lenguaje. Sí me confieso fan absoluto de sus óperas, del Réquiem y de algunos cuartetos y conciertos. Pero hasta ahí. Para el propósito que nos ocupa recomendaría a los papás y mamás el Concierto para Clarinete, una obra que cuando la escuchas te dan, sencillamente, ganas de vivir. Alguno de sus conciertos para piano y orquesta irán como anillo al dedo, en especial el nº21, con ese movimiento lento que no es de este mundo, o los nº 25 y 27, que destilan humanidad por los cuatro costados. Varios de los cuartetos de cuerda (los Haydn, por ejemplo) resultan perfectos por su sutil equilibrio sonoro y su musicalidad (un clásico, los interpretados por el Cuarteto Italiano) o la tópica, pero siempre socorrida Pequeña Serenata Nocturna.

Pero para aquellos más aventurados que se quieran desmarcar de las tendencias tópicas, apunten: la música para tecla de Bach (especialmente El Clave Bien Temperado y las Variaciones Goldberg), los cuartetos de cuerda de Mendelssohn, la música para piano de Mompou, las Gymnopédies de Satie o Carnaval de Schumann.

¿Una última delicatesen? la Suite Bergamasque de Debussy ¡les va a encantar a los dos!

De locos y francotiradores

De locos y francotiradores

Ha caido en mis manos un disco con algunas obras para piano de Robert Schumann. No es un disco excepcional desde el punto de vista musical, aunque sí posee cualidades muy destacables. Se trata de una grabación editada por el sello Ambroisie con la Fantasiestücke op.12, las Escenas de Niños op.15 y Grand Humoresque op.20 a cargo del pianista francés Philippe Cassard. Pero no es de este disco en particular de lo que me gustaría hablar.

Escuchando estas obras me viene a la cabeza la fascinación que me producen los compositores locos. Esa locura que los aparta de la realidad para crear un universo y un lenguaje tan particular que es imposible que tengan descendencia artística. La enajenación los convierte en francotiradores. En artistas únicos. Se alejan de una realidad impuesta por un mundo que marca un convencionalismo que, sencillamente, no pueden entender.

Schumann volcó todos sus fantasmas y miedos en sus obras. Sobre todo las pianísticas. Bajo la forma de pequeñas piezas, miniaturas para teclado, se esconden sus temores infantiles y la turbulencia de una imaginación muy compleja. Bajo una pátina de aparente simplicidad se oculta un mundo agitado e insondable. En piezas más complejas y ambiciosas se deja llevar por esa forma de escritura alucinada y de un lirismo exacerbado tan particular. Son como cuchillos que diseccionan nuestras más ocultas pesadillas y las reflotan para nuestro desasosiego. Y esa es una de las razones por la que los grandes, grandes intérpretes de este compositor se puedan contar con los dedos de las manos.

Su vida fue una constante entrada y salida de instituciones mentales. Períodos de crisis total que compaginaba con otro de lucidez en los que trabajaba de forma extenuante. Necesitaba componer. Exorcizar sus demonios particulares a través del papel pautado. Pero a medida que pasaban los años, los momentos de oscuridad eran cada vez más prolongados y en sus últimos años de vida experimentaba alucinaciones y escuchaba voces. A los 44 años intentó suicidarse tirándose al Rhin. En ese momento, su mente ya se encontraba en otro lugar. Dos años más tarde fallecía en un sanatorio cerca de Bonn.

Y si quieren una recomendación, un vino óptimo para escuchar la música de Robert Schumann sería un tinto de Burdeos de la zona de Paulliac: corpóreo, señorial, de mucho carácter pero elegante. Complejo, denso, hercúleo.